miércoles, 17 de octubre de 2012

El Gobierno que buscamos y el Comunismo













MAURICIO ORTIN

El partido comunista (marxista-leninista-maoista, etc.) históricamente, ha llegado al poder por medio de la violencia armada y/ o la guerra civil. El triunfo de la revolución socialista de Mao Tsé Tung en China, de Lenin en Rusia, de Pol Pot en Camboya y de Fidel Castro en Cuba, así lo testimonian. En las sociedades en las que rige el estado de derecho y se vota a las autoridades, nunca el partido que triunfa se hace de todo el poder. Salvo en el Ejecutivo, éste se reparte. En el Parlamento, entre opositores y oficialistas. El judicial, en tanto, debe ser rigurosamente independiente de los anteriores. La dictadura comunista (que en ningún caso ha sido del proletariado, sino contra él), con frialdad mecánica, “va por todo” desde el vamos. Nadie, en toda la historia de la humanidad (asesinos nazis, incluidos) ha violado más los derechos humanos que las dictaduras comunistas (Cien millones de asesinados ¡Todo un record!). Sin embargo y para asombro de pocos, las organizaciones de derechos humanos se reivindican de izquierda e identifican con el déspota cubano Fidel Castro (Pérez Esquivel, entre otros). También, Neruda, Picasso y otras personalidades de izquierda rendían culto -con su arte- al genocida, Stalin (desde sus cómodas mansiones en París o Chile).


Los tiempos del fascismo, para consumar el totalitarismo, difieren con los del comunismo. El fascismo conquista el poder, las más de las veces, de manera incruenta. A través de elecciones limpias o, en su defecto, a partir del gobierno débil que sucumbe ante el que, hasta ahí, era su principal factor de desestabilización. Una vez asumido, pone rumbo hacia el totalitarismo a la velocidad que las circunstancias se lo permiten. Tanto para blindarse de impunidad, como para perseguir a los que se le resisten, comienza con el “secuestro” del poder judicial usando su mayoría parlamentaria. Logrado el objetivo de la “suma del poder público”, se lanza contra dos de los principales escollos antifascistas de una sociedad: los partidos políticos y la prensa independiente. En la etapa siguiente, instruye sobre la necesidad de la reelección. Habiendo sido reelecto (cuando ya estamos en el horno), manda a sus obsecuentes y esbirros a pregonar la reelección indefinida de que el pueblo así lo quiere. Es falaz y tramposo sostener que se “debe acatar la voluntad de la mayoría en cualquier caso”. ¿Y, si la mayoría votara que el cargo de presidente será vitalicio y plenipotenciario? La república no establece el sufragio para elegir entre el totalitarismo y la libertad. Pero, dado el estado de las cosas, si de hecho ello sucediera y los fascistas profundizaran el modelo; entonces, rebelarse contra el régimen es el único camino moral. Porque (parafraseando a Thomas Jefferson), “un despotismo electivo no es el gobierno por el que luchamos”.


El artículo que va a continuación fue escrito en 1937 por Winston Churchill. La caída del Muro de Berlín no cambia en nada esta forma de pensar y esta estrategia para acceder al poder. Que por hoy se estén probando- con éxito aparente- variantes gramscianas que tienen como objetivo hacernos creer que hoy el proceso es un poco más civilizado, no significa que su interés final de la pérdida de la libertad.

Agradecería que se de difusión a esto
JOSE LUIS MILIA   

El comunismo

Por: Sir Winston S. Churchill[1]

El comunismo no es solamente un credo; es un plan de campaña. El comunista no es solo un individuo que abriga ciertas opiniones; es el partidario jurado de bien meditados métodos de acción. Ha estudiado la anatomía del descontento y la revolución en todos sus aspectos y tiene preparado un verdadero manual para derrocar todas las instituciones existentes. El modo de aplicarlo constituye una parte tan importante de la fe comunista como la doctrina misma.

En un principio el comunismo invoca los preceptos, ya consagrados por el tiempo, de la democracia y el liberalismo para proteger el órgano recién formado. Se enarbolan y se afirman la libertad de palabra, el derecho a celebrar reuniones públicas, el derecho constitucional y todas las formas de una lícita agitación política. Se busca la alianza con cualquier movimiento popular de tendencia izquierdista.

Lo primero es implantar un régimen moderadamente liberal o socialista durante algún período de convulsión. Pero poco después de implantarlo, hay que derrocarlo. Hay que explotar las calamidades y penurias derivadas de la confusión. Se deberán provocar choques, acompañados, de ser posible, por el derramamiento de sangre entre los agentes del nuevo gobierno y los trabajadores. Se fabricarán mártires. Se aprovechará cualquier actitud de mansedumbre de los gobernantes. Tras la máscara de una propaganda pacífica se ocultarán odios jamás vistos entre los hombres.

Ni será necesario ni se podrán cumplir las promesas hechas a los que no son comunistas. Todo acto de buena voluntad, de tolerancia, de conciliación por parte de los gobiernos o de los estadistas se empleará en labrar su propia ruina.

Entonces, en el momento oportuno y cuando la situación haya madurado, se deberá recurrir a toda forma de violencia, desde la rebelión de las masas hasta el asesinato del particular, sin restricciones ni remordimientos. Se deberá tomar por asalto la fortaleza enarbolando las banderas de la libertad y la democracia; y una vez que el aparato del poder se halle en manos de la hermandad revolucionaria se procederá a aplastar con la muerte toda oposición y aún toda disidencia.

La democracia no es más que un instrumento del que se echa mano para luego destruirlo; la libertad no pasa de ser una locura sentimental indigna de quien se guía por la lógica revolucionaria. Se impondrá a la humanidad según dogmas aprendidos a coro, sin misericordia y para siempre el dominio absoluto ejercido por una clase “sacerdotal” que se ha designado a si misma como tal. Todo eso, expuesto en áridos libros de texto y escrito también con sangre en la historia de varias naciones poderosas, constituye la doctrina y el propósito del comunismo.

Winston S. Churchill, “Great contemporaries”. The Hamling Publishing Group Ltd.
Hamling House, 42; The centre, Feltham, Middlesex; England. 1937



[1] Sir Winston Leonard Spencer-Churchill, KG, OM, CH, TD, FRS, PC (Palacio de Blenheim, 30 de noviembre de 1874 – Londres, 24 de enero de 1965) fue un político y hombre de estado británico, conocido por su liderazgo del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial. Es considerado uno de los grandes líderes de tiempos de guerra y fue Primer Ministro del Reino Unido en dos períodos (1940-45 y 1951-55). Notable hombre de estado y orador, Churchill fue también oficial del Ejército Británico, historiador, escritor y artista. Hasta la fecha es el único Primer Ministro Británico que ha sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura, y fue nombrado ciudadano honorario de los Estados Unidos de América.

Churchill era considerado tras la Segunda Guerra Mundial un gigante político, pero a pesar de su popularidad no contaba con la fidelidad incondicional del electorado británico.4 Aunque la importancia de Churchill durante la guerra es indiscutible, lo cierto es que también tenía bastantes enemigos en su país. Su desacuerdo con ideas como mejorar el sistema de salud y la educación pública, produjo descontento entre sectores de la población, particularmente entre aquellos que habían luchado en la guerra. Tan pronto como terminó ésta, fue derrotado por Clement Attlee, candidato del Partido Laborista, en las elecciones de 1945. Algunos historiadores opinan que los británicos creían que aquel que los había guiado con éxito en la guerra, no era el mejor hombre para liderarlos en la paz. Otros piensan que fue más bien el partido Conservador y no Churchill, el que fue derrotado debido a la actuación de Chamberlain y Baldwin en los años 30.
Churchill fue pionero al defender la idea de la unión de Europa, para así evitar futuros conflictos entre Francia y Alemania. Sin embargo, consideraba que el Reino Unido no debía ser parte de esa Europa unida, sino que su futuro estaba ligado al de los Estados Unidos.
También abogó por darle a Francia un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, lo cual añadía otra poderosa nación europea a dicho consejo, para contrarrestar el poder de la Unión Soviética, que también tenía un asiento permanente.
Al principio de la Guerra Fría acuñó la frase "el telón de acero", la cual originalmente había sido mencionada por Joseph Goebbels, e incluso antes por el escritor ruso Vasili Rozanov en 1917. Esta frase entró en la conciencia de la gente después que la pronunciara en su discurso en el Westminster College en Fulton, Misuri, como huésped de Harry. S. Truman en 1946:
Desde Stettin en el Báltico hasta Trieste en el Adriático, un telón de acero ha descendido a través del continente. Detrás de esa cortina están las capitales de la Europa Central y Oriental tales como Varsovia, Berlín, Praga, Viena, Budapest, Belgrado, Bucarest y Sofía. Todas estas ciudades y las poblaciones alrededor de ellas han caído bajo la esfera de la Unión Soviética.

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